Cosas que son
Papá no llora, aunque lo vi llorar varias veces. Papá no llora y a mí no me gusta el fútbol, aunque haya jugado varias veces. Así funcionó siempre la dinámica entre nosotros y, por razones de fuerza mayor, así deben funcionar por el resto de nuestros días. Hay cosas que son y tienen que ser así. Un vecino borracho, de cuando todavía vivía en el barrio, decía que si a mí no me gustaba el fútbol estaba bien porque de esa forma el universo se mantenía en equilibrio. Decía lo mismo de su adicción a la botella y de los lagrimales secos de papá. Como uno ya sabe, a veces el universo patea el tablero y hace que todo se vaya a la mierda, así que a veces lloramos. O jugamos al fútbol. O empinamos el codo.
Mi viejo nunca dijo cosas como “los hombres no lloran”, o “dejá de llorar”. Otros tipos más excéntricos que él escribieron sobre esto y sí, Robert Smith nos mintió, pero ya voy a llegar a eso. Papá simplemente interpretaba. Un macho a la antigua, pero un macho tácito, de esos que no necesitan decir ni “macho”, ni “trolo” porque no tienen que demostrar ni juzgar nada de nadie. Una vez se le escapó un “maricón” y a todos se nos cayeron los monóculos, pero después estuvo toda la tarde pidiendo perdón. Así es papá, un macho tácito: mano pesada, voz de cantante de tango, bigotes de nicotina, panza enorme y dura por sobre el elástico del short deportivo. El estereotipo del que no tiene que llorar. Siempre fuimos dos polos opuestos. Él siempre “de deporte”, yo siempre perfumado y con el jopo peinado. Los dos fumábamos y creo que ese fue el medio, el punto común, lo que siempre nos unió e hizo que…