El mundo siempre querrá otra copa
“Voy al supermercado y vuelvo. Me llevo al gordo”. Era algo simple, cotidiano. Ir al supermercado. Llegamos, era cerca. Llegamos y llenamos la canastita de lo básico y fuimos a la caja. Tony miró con curiosidad todo lo que habíamos elegido. Después me miró a mí con la misma curiosidad. El entrecejo fruncido como el de mi papá, como preocupado y decepcionado, como si hubiese chupado un limón. “¿No vas a llevar whisky, papi?”. Esa debería haber sido mi señal de alarma, la señal de que tenía que ponerme un freno.
Hola, soy Uriel y soy alcohólico. A esas palabras le sigue el silencio porque no hay nadie, como en las películas, que a uno le dé la bienvenida. Soy Uriel y soy alcohólico. Alcohólico, no borracho. Creo que hay una distinción entre los dos puntos aunque muchos los usen como sinónimos. Soy Uriel y escribo en retrospectiva porque no puedo dejar de mirar sobre el hombro.
Jugar a la Máquina del Tiempo no tiene sentido, pero, lector, lectora; sea indulgente, déjeme jugar. ¿Qué hubiese pasado si el alcohol no hubiese sido una parte tan importante en mi vida? Me siento Ted Mosby llorando sin lágrimas por Robin. Tal vez hoy estaría casado, feliz y viviendo con mi hijo y su madre. Tal vez no. En otra posible realidad, tal vez estuviera casado con mi segundo gran amor. Tal vez no. Escribo en retrospectiva porque sé que tomar tuvo que ver con los desenlaces, sean cuales hayan sido, pero sobre todo los que perdí. Ya no hay grandes amores y, si los hubo potenciales, me encargué de ahogarlos de un trago a la vez como para no darme…