Estamos bien

Uriel De Simoni
6 min readJun 15, 2021

Esta historia termina con una foto. Esa es mi promesa y la base de esta historia. Entonces el juego es así: si llegás al final, hay una foto, una foto nada casual, nada común; una foto que llegó de casualidad.

Hacía rato que no me tomaba vacaciones y la madre de mi hijo no conocía Bariloche. Simple, ¿no? Una semana antes del vuelo empezamos a planear con garabatos en una libretita de cuero qué íbamos a hacer cada día. Yo, con más aspiraciones que ella, había plagado mi lado de la hoja con dibujitos de montañas, botes de rafting y kayaks. Pero de nuevo, eran aspiraciones, estaba claro desde el principio que no iba a poder hacer mucho de lo que tenía planeado. Pero Bariloche es Bariloche. Incluso con un bebé que apenas caminaba y que todavía no tenía un peso considerable como para romperme la espalda, Bariloche da y da mucho a todos. Créanme que da más de lo que uno espera.

Día 1: Cerro Campanario y Cerro Otto. Claro, no fuimos al Cerro Otto, pero el campanario estuvo bien. Decidimos subirlo caminando porque teníamos demasiado tiempo que matar. Mi hijo sobre mi espalda en una especie de mochila que se volvería el elemento más importante del viaje. Ya saben el resto, subida, transpiración, paisaje, parada, chocolate caliente, torta, un tweet que decía “la superioridad estética y moral del aire montaña y etcétera”; selfie, foto familiar, más paisaje, descenso. A la noche, cerveza en un bar del centro y a dormir al bebé. Todos los días terminarían igual, así que no esperen mucha data de las noches barilochenses de este humilde servidor.

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