Warren
Conocí a Warren un 24 de diciembre. Estoy acostumbrado a que, en esa fecha, mal o bien, recibo regalos. Sí, el regalo era Warren y no me lo regaló nadie. Todo me indicaba que podía llegar a ser un amigo, sí, pero las cosas tomaron otro rumbo. Esta es la historia de un tipo que quería morir y murió, pero más importa el por qué y el cómo.
Los 24 de diciembre no aceptan grises, así que esa tarde dejé a mi hijo en su casa, pasé por el supermercado, compré unas botellas de vino y planeé deprimirme solo en casa. Tenía alcohol y cigarrillos. Nada podía malir sal. Feliz Navidad. Bueno, todavía faltaban algunas horas para las 00:00, por lo que todavía no me quería tirar por el balcón. Yo estaba deprimido porque se estaba poniendo oscuro. Que en esta parte del mundo se ponga oscuro, significa que, en otra, la claridad todavía asoma. En el camino busqué motivación en redes sociales. Sí, como un psicópata. Como si un posteo de una cuenta de crossfit me fuese a levantar el ánimo. No pain, no gain. Cuando uno busca motivación, no busca motivación, sino la prueba de que no necesita motivación. Claro, no la encontré. Feliz Víspera de Navidad.
Llegué a la puerta del edificio con un cuchillo del tamaño de un palmo en el bolsillo y subí los tres pisos hasta mi departamento por las escaleras. En la galería encontré fumando a Warren. No lo había visto jamás. Si a eso le sumamos que me había mudado el día anterior, todo cobra más sentido. Warren fumaba un cigarrillo negro del filtro a la brasa y escupía el humo y el vapor del invierno sin la elegancia del que fuma hace años. Tenía un gorro de…